Entre sus novelas destacan, El pianista (1985), Los alegres muchachos de Atzavara (1987), El estrangulador (1994) y, por encima de todo, Galíndez (1990), su novela más ambiciosa y conseguida. En 1972 aparece por primera vez el que pronto será el genial y popular detective Pepe Carvalho, verdadera institución nacional, en Yo maté a Kennedy, y reaparecerá en novelas como Tatuaje (1974), La soledad del mánager (1977), Los mares del Sur, Asesinato en el Comité Central (1981), El delantero centro asesinado al atardecer, Quinteto de Buenos Aires y, hermosa y terrible coincidencia, Los pájaros de Bangkok, publicada hace exactamente veinte años.
Algunos de sus críticos no han sabido ver esta habilidad de Montalbán como algo positivo. Díaz Arenas, por ejemplo, cree que el autor "posee ciertamente el don de la escritura, pero un don limitado a una capacidad de producción que abarca alrededor de las cien páginas ficticias y sobre todo centrado en una historia, es decir, de acontecimientos que van de la mano de un personaje. No olvidemos que él ha sido ante todo poeta, y la poesía no necesita extensión y cantidad sino condensación". Dice también que Montalbán "suma historias, es decir, "novelas", y las pega" consiguiendo de esta forma las páginas más o menos suficientes para poder hablar de novela en el sentido estricto, y que esta obra en particular, "no posee el fondo narrativo suficiente para centrar su fuerza creativa en una sola historia". Yo, como lectora, no puedo obviar que esta puede ser la sensación inicial que alguien tenga al leer por primera vez Los alegres muchachos de Atzavara, porque es realmente sobre un único punto crucial sobre el que giran el resto de los acontecimientos. Pero también creo que es una obra que requiere de posteriores lecturas en las que poder apreciar perfectamente cómo se complementan las diferentes visiones y lo bien que encajan unas con otras, cómo Montalbán sabe plasmar a la perfección esa heterofonía de la que hablábamos anteriormente y sobre todo, cómo logra reflejar la ambigüedad y poliformidad de la sociedad en sí.
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De esta forma, Manuel Vázquez Montalbán recupera, en su novela Los alegres muchachos de Atzavara, la memoria histórica de un determinado grupo social al que él mismo se sentía vinculado, al que exige cuentas y que trata desde una perspectiva tremendamente crítica, pero nostálgica al mismo tiempo y con cierto grado de compasión.
Manuel Vázquez Montalbán no ocultaba su opinión sobre la gauche divine, a la que calificaba "como un movimiento de hijos de papá, pijos y burgueses que iban de izquierdas, sin militar en ningún espacio político que se enfrentará a Franco". De aquel movimiento siempre escribió despectivamente. Como cuando se burló de la combinación que llevaba Rosa Regàs en una fiesta, según recuerda Beatriz de Moura en un libro sobre la Gauche. Decía también de ellos que eran gente de izquierdas que trataban de vivir como gente de derechas. Lo que más les criticaba era su falta de compromiso, ya que todos ellos se reunían bajo la ideología del antifranquismo sin ir más allá. Así queda patente en alguna de las frases de la novela Los alegres muchachos de Atzavara:
Hay otra interpretación para esta estructura narrativa. Recordemos que Los alegres muchachos de Atzavara es una novela social con la que Manuel Vázquez Montalbán pretende hacer un cuadro de la España del período de transición del franquismo al post-franquismo. Para reflejar con mayor realismo y verosimilitud esta situación necesita diferentes voces, diferentes discursos, diferentes ámbitos y círculos sociales, diferentes actitudes ante los conflictos existenciales. Las sociedades son plurales, por lo que la novela debe ser plural. 2ff7e9595c
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